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4,23c Predicando el Evangelio del Reino X | 4,23c Predicando el Evangelio del Reino X | |||||||
ExcursusEl Reino de Dios y la Iglesia: [1] La palabra griega “basileia” la traducimos generalmente por "reino" e involucra dos significados relacionados entre sí: por un lado, la apoteosis del reinado de Dios en el cielo y, a la vez expresa, el dominio mesiánico de la soberanía de Dios en la tierra al que se someterán todas las cosas. Dice San Pablo: “Y cuando le hayan sido sometidas todas las cosas, entonces también el mismo Hijo se someterá a quien a él sometió todo, para que Dios sea todo en todas las cosas” [1]. Esta soberanía se vislumbra en la instauración terrestre del verdadero Israel y en tanto que Israel se opone al Reino de Dios, nace un nuevo Israel. Es Dios quien gobierna el universo y su trono está en el cielo y allí está su reino, según leemos en el Salmo: “Pero el Señor está en su Templo santo, el Señor tiene su trono en los cielos, sus ojos están observando, sus pupilas otean a los hijos de los hombres”[2]. San Mateo, normalmente, en lugar de Reino de Dios utiliza la expresión “Reino de los Cielos”, y la emplea más de treinta veces, sólo usa unas pocas veces la de “Reino de Dios”; hay que tener en cuenta que el evangelista se dirige en especial a los judíos, y que estos empleaban otras palabras para no usar el nombre de Dios, por respeto, pero las dos expresiones son en la práctica equivalentes. Este “Reino de Dios” se manifiesta, plenamente, con la presencia de Cristo en la tierra, el Señor a través de sus palabras y de sus obras, pone fin al dominio de Satanás, del pecado y de la muerte. Dice la Congregación para la Doctrina de la Fe: «Jesucristo y el Reino en un cierto sentido se identifican: en la persona de Jesús el Reino ya se ha hecho presente. Esta identidad ha sido puesta de relieve desde la época patrística[3]. El Papa Juan Pablo II afirma en la encíclica Redemptoris Missio: “La predicación de la Iglesia primitiva se ha centrado en el anuncio de Jesucristo, con el que se identifica el Reino de Dios”[4]. “Cristo no solamente ha anunciado el Reino, sino que en él el Reino mismo se ha hecho presente y se ha cumplido… El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina, un programa…, sino que es ante todo una persona[1]
Cf. 1 Cor.15,28 |
que tiene el rostro y el nombre
de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. Si se separa el Reino de
Jesús ya no se tiene el Reino de Dios revelado por él” [5].
Por otra parte la singularidad y unicidad de la mediación de Cristo
ha sido siempre afirmada en la Iglesia. Gracias a su condición de “Hijo
unigénito de Dios”, es la “autorevelación definitiva de Dios”. Por
ello su mediación es única, singular, universal e insuperable: “…se
puede y se debe decir que Jesucristo tiene, para el género humano y su
historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él
propio, exclusivo, universal y absoluto. Jesús es, en efecto, el Verbo de
Dios hecho hombre para la salvación de todos” [6]»
[7].
Dice Newman: «La maravillosa disposición que caracteriza el régimen de
la Iglesia la denomina San Pablo “un ministerio del Espíritu”[8]
y la Iglesia así honrada y exaltada por la presencia del espíritu de
Cristo es denominada “el Reino de Dios”, “el Reino de los Cielos”.
Por ejemplo, Nuestro Señor mismo dijo: “El
Reino de Dios se acerca”
[9]
y “Quien no naciera del agua y del
Espíritu, no puede entrar en el Reino de los Cielos” [10].
La Iglesia recibe el nombre de “Reino de los Cielos” por ser la corte
y el dominio de Dios Todopoderoso. Al reconciliar a Cristo y a las
Criaturas desposeídas de la gracia, Dios volvió a la tierra según la
profecía: “Yo habitaré y andaré
en medio de ellos, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo ” [11].
Desde entonces hubo realmente un cielo sobre la tierra en cumplimiento de
la visión de Jacob. Por eso la Iglesia ya no fue una institución carnal,
fabricada con materiales perecederos como el tabernáculo de los judíos
que había sido el símbolo del orden de gracia (mesiánico) al que
pertenecía; se convirtió en “un
reino que no se puede destruir”
[12]
y fue suavizada, purificada, espiritualizada por la sangre que Cristo
derramó sobre....(sigue)
[5]
Cf. Juan Pablo
II. Carta
Enc. Redemptoris Missio, 18: VAHF |
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